22 abril, 2011
Semana Santa 2011
Es este el día más doloroso, dramático, desgarrador de la Semana Santa narrada por La Biblia, ya que corresponde al suplicio, agonía y muerte física de Jesucristo a manos de los poderes temporal- representado por el gobernador romano Poncio Pilatos y por el religioso encabezado por los rabinos judíos. Fueron horas de terribles torturas aplicadas al desfalleciente hijo del carpintero, quien debe soportar vejámenes, azotes, golpes y finalmente crucifixión para así, con su sangre derramada, hacer más vívido e impactante su mensaje del amor, como la insustituible herramienta para la construcción de un mundo mejor, y la verdad como fuente privilegiada de liberación.
Para su madre María, -como para las madres cuyos hijos son hoy víctimas de injusticias, torturas y falta de oportunidades-, fueron tiempos angustiosos, al ver a su hijo amado desangrándose, padeciendo terrible sed, crecientemente debilitándose, recorriendo paso a paso el vía crucis, con el pesado madero a cuestas, hasta llegar al Calvario, lugar escogido para la ejecución.
Al igual que Jesús de Nazareth, millones de seres deben cargar con intolerables pesos representados por el hambre, la violencia física y mental, la discriminación y exclusión, el acoso e intimidación, la persecución, las enfermedades, la inexistencia de medicamentos, la soledad y ausencia de afecto, sin encontrar una mano piadosa y solidaria que ofrezca alivio y consuelo, aquí y ahora. Transitan por esta vida en medio de carencias y congojas, y a pesar de todas estas barreras limitantes, conservan la fe, la esperanza, la caridad.
Llegando al Gólgota fue despojado de su manto, crucificado -castigo infamante reservado a los ladrones- y lanceado. Él, lejos de apoderarse de la propiedad ajena, reparte y predica amor, milagros, parábolas, sermones, difundiendo la Divina Palabra a los confines de Palestina. Antes de expirar, Cristo implora a su Padre que perdone a sus acusadores y verdugos ya que no saben lo que hacen. Para seguir su ejemplo, tan solo es necesario que mostremos un auténtico sentimiento de arrepentimiento por los agravios, ofensas, daños, perjuicios perpetrados en contra de nuestro prójimo, y que admitamos que hemos actuado indebidamente, expiando todo lo negativo que -por acción u omisión- hemos cometido. La posibilidad de redención siempre está presente.
